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El que golpea primero golpea dos veces. Y si además lanza un dardo con veneno, olvídate de ganarle. Es lo que le ha pasado a Pedro Sánchez con la propuesta de pacto con Podemos. Pero no sólo a él. Este dardo ha anulado de un sólo golpe a Rajoy, Rivera y Sánchez. Ha sido una jugada maestra.
El 22 de enero, durante la primera ronda de consultas del Rey, Pablo Iglesias se adelantó a todos ofreciendo al PSOE formar un gobierno de coalición con IU en la que el propio dirigente de Podemos sería el vicepresidente. Su dardo, envenenado desde antes de salir, contaba con que Sánchez se enterara directamente por boca del Rey, descolocándole delante del Jefe de Estado que le informaba de que era un presidenciable: gran golpe de efecto. Sin tiempo de valorar la propuesta ni hablar apenas con su equipo, debió dar la cara ante los periodistas y pronunciarse ante unas declaraciones del propio Iglesias que suponían un auténtico insulto: “que sea presidente es una sonrisa del destino que tendrá que agradecer”.
Pero coló. Sánchez se tragó el dardo y comenzó a digerirlo. Ante el inmovilismo de Rajoy y el movimiento de sillón en filas propias, decidió que era su oportunidad. Que debía dar la talla y demostrar su capacidad de diálogo y de dirigir un partido y un Gobierno. Se lo tragó entero. Sobretodo porque la jugada de Iglesias no había hecho más que empezar. Tres días después firmó una tribuna en El País en la que metía prisa a Sánchez, le advertía de que pactar con Ciudadanos y PP sería pactar con la derecha y, además, se atribuía el apoyo de las bases socialistas a ese supuesto pacto (sin demostrar el apoyo ni afirmar tener una encuesta, sin complejos vaya…)
A partir de ese momento Pedro Sánchez tenía pocas salidas: intentar un pacto con PP y Ciudadanos sabiendo que su electorado sería la última vez que le votara por traicionar a sus votantes. Pactar con Podemos y aceptar un órdago a la grande que se antojaba imposible: no renunciaban a las posiciones independentistas catalanas, algo inasumible para el PSOE. Y, además, siendo consciente de que Podemos es quien les hace la cama en la batalla electoral ideológica por ocupar el gran centro izquierda: la formación morada aspira a obtener el gran suelo electoral que un día tuvo Felipe González. Y eso sólo es posible borrando del mapa al PSOE. Al pobre Sánchez no le habían dado siquiera la posibilidad de elegir susto: sólo había muerte o muerte.
Y así, decide dar el paso, a pesar de no tener la aritmética de su lado y decide jugar a quiero ser presidente. Reuniones, propuestas, negociaciones de posibles leyes, demostraciones de cintura… y todo, calculadora en mano y sin salir las cuentas. Las únicas que salen son las que le propuso Iglesias, inasumibles para el PSOE. Pero como decidió dar el paso, el reloj comenzó a andar, aceptó intentar ser presidente y echó a andar el calendario que marca la fecha límite para la celebración de unas nuevas elecciones antes del verano.
Este nuevo encuentro con las urnas sólo se evitaría con un acuerdo de Gobierno in extremis entre alguna de las combinaciones posibles: PP+Ciudadanos+Abstención del PSOE (= muerte del PSOE y sobre todo de Pedro Sánchez, al que borrarían del mapa en el siguiente mandato) o PSOE+Podemos+IU (=muerte por abducción de Podemos tras cederle la vicepresidencia y el control de las principales carteras). Seguimos en muerte o muerte.
Como los pactos se antojan imposibles y la relación PP-PSOE es tan absolutamente fría y distante, es muy probable que lleguemos a la celebración de unas nuevas elecciones. Justo lo que ha pretendido Iglesias con este derroche de jugadas maestras: Rajoy llega después de haber estado un mes aislado (el PP ni siquiera propuso candidato a la presidencia de la Mesa del Congreso), sin ser capaz de lograr apoyos por el “cordón sanitario al PP” y ausente del escenario político: aparentemente (e incomprensiblemente) tranquilo por saber que la aritmética estaba de su lado y Sánchez no podría formar Gobierno; cerrado en su postura y debiendo hacer frente a nuevos casos de corrupción y a la reciente dimisión de Esperanza Aguirre; con mejores resultados económicos para los ciudadanos, pero con el aviso de Europa de que deben seguir las políticas más duras para reducir el déficit. Tiene muy difícil poder revalidar el anterior resultado electoral.
Ciudadanos lo hace después de haber tratado de hacer de mediador entre PP y PSOE de manera incansable: nada más celebrarse las elecciones, tras la primera ronda de consultas con el Rey, unos días antes del paso hacia delante de Sánchez y también después de que se sentaran a negociar cuando Sánchez buscaba alianzas. Se presenta ante su electorado y ante los indecisos sin haber sido capaz de ayudar a formar Gobierno, sin haber podido disolver la guerra fría entre los dos grandes partidos para pactar con ambos y teniendo que convencer a sus votantes de que él sigue siendo la nueva política mientras que PSOE y PP son la vieja política. ¿Por qué habrían de votar a Rivera si al final acabaría pactando con alguno de los del bipartidismo?
El PSOE se presenta a la nueva contienda teniendo que justificar ante sus votantes que votarle a él es votar posibilidad de Gobierno. ¿Cómo si no ha sido capaz de hacerlo a pesar de que se lo han puesto en bandeja? Y ese precisamente será el gran argumento de Iglesias: Podemos es el único partido de izquierda que ha puesto sobre la mesa una propuesta seria de Gobierno de progreso. Dirá a los votantes socialistas: yo entiendo vuestras inquietudes de izquierda y yo os las daré, vuestro partido sólo ha querido gobernar con la derecha, con Ciudadanos y no con los únicos que asegurábamos políticas de izquierda.
Es más, con su jugada maestra Iglesias se ha ventilado también a otra peligrosa piedra en su zapato: la tan ansiada llegada de Susana Díaz a la dirección socialista en Ferraz. El despliegue de diálogo y propuestas de gobierno de Sánchez durante las últimas semanas (y las que quedan) ha hecho desaparecer el descontento interno que había con el secretario general. De hecho, ya sólo se baraja unas primarias en las que no habría otro candidato más que él. Soberbia jugada.
Y ha mantenido tan distraído y obnubilado al PSOE por la posibilidad (no aritmética) de formar gobierno, que no ha caído en las dos trampas mayores. Una, no ha tenido tiempo si quiera de considerar la posibilidad de dejar gobernar al PP en minoría; esta opción -nunca barajada por Sánchez- habría pasado por tener atado en corto a Rajoy, obligándole a tragar por donde ellos dijeran en una legislatura previsiblemente corta y de la que el PP saldría de nuevo escaldado: por la corrupción y por la menor reactivación de la economía que supondría levantar el pie del acelerador cumplidor del déficit. Y dos, haber permitido que en el imaginario de todos los ciudadanos españoles -de nuevo votantes de aquí a unos meses- Iglesias haya aparecido como hombre de Gobierno. Quien hasta hace algo más de dos años era un completo desconocido asiduo a algunas tertulias políticas, director de un programa en La Tuerka, es hoy visto por una gran cantidad de españoles como un hombre que ha estado muy cerca de ser el vicepresidente del Gobierno de España. Hundido.
No hablaré de comunicación digital. El poder “digital” del que hablo se refiere al de los “dedos” o “dedazos” que se dan en la política española, y que resultan tener un gran poder ejecutivo. El caso del PP de Andalucía y la frustada postulación de “n” candidatos por todo el territorio andaluz hasta el señalamiento por parte de Rajoy de Juan Manuel Moreno Bonilla es sólo un ejemplo de lo que ocurre en la política española. En toda ella. Y seguirá ocurriendo mientras no se haya verdadera democracia interna dentro de los partidos.
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Imagen de Diccionario Electoral INAP |
En el PSOE sonríen sin disimulo las críticas al “dedazo” propiciado por Mariano Rajoy para designar al candidato popular andaluz. Sin embargo, no quieren que se les recuerde cómo el proceso de “primarias” que nunca llegó a celebrarse en el PSOE-A no fue por falta de candidatos, sino por la imposibilidad de que éstos superaran la fuerza del aparato del partido sobre la candidata oficial (la actual presidenta de la Junta de Andalucía Susana Díaz) y lograr las condiciones necesarias para serlo. Que le pregunten si no a Jose Antonio Rodríguez Sala, alcalde de Jun. O, más recientemente, la designación de Elena Valenciano como candidata a las elecciones europeas.
Pero que esto ocurra en todos los partidos mayoritarios españoles (sólo los pequeños se salvan con procesos de elección de candidatos aparentemente transparentes) no quiere decir que sea algo que la ciudadanía entienda y vea con buenos ojos. El lamentable espectáculo vivido en los últimos meses en el PP-A a cuenta de la elección del presidente y futuro candidato andaluz ha dejado un reguero de chascarrillos en todos los diarios que alejan aún más si cabe a los políticos de sus votantes: “ha sido una lucha entre Arenas y Cospedal”, “Soraya Saénz de Santamaría es la que tiene poder sobre Rajoy”, “Zoido y Cospedal quedan tocados tras la decisión de Rajoy”… por no hablar de los dos intentos fallidos de Cospedal y parados en seco por Rajoy en el útlimo minuto de nombrar a José Luis Sanz candidato a presidente del PP-A.
Porque el ciudadano de a pie no entiende que un partido que lleva 30 años tratando de gobernar en Andalucía sufra un descabezamiento y desorientación tan profunda después de que su último presidente abandonara el barco por no poder gobernar pese a haber ganado las elecciones. La marcha de Javier Arenas dejó al PP-A tan huérfano y perdido que sólo se entiende como una consecuencia del estilo de dirección que lo había dominado: el del control absoluto de todos los resortes del partido y su poder en todas y cada una de las esquinas de esta región. Y esto es como con la educación de los hijos: si no se les enseña poco a poco a usar su libertad, luego no se saber hacer uso de ella.
La gran pregunta es ¿pero existe libertad dentro de un partido político? Pues no. Como se ha visto: una o ninguna libertad. Por eso José Luis Sanz ha descartado presentar candidatura para presidir el PP-A, a pesar de contar con avales suficientes para hacerlo: quedaría para siempre marcado con el estigma del candidato crítico. Y eso, la falta de fidelidad, es algo que no se perdona nunca dentro de un partido. Y la venganza, por lo general, es un plato que se sirve frío. Que se lo pregunten hoy a Cospedal sobre Arenas.
Las estrategias están para planificarlas. Y desde luego, para usarlas. De nada sirve diseñar un cambio en una estrategia de comunicación si no hay planificación ni aplicación al resto de los escenarios posibles.
Algo así como lo que ocurrió en la comparecencia de Mariano Rajoy en el Congreso para dar cuenta del caso Bárcenas el 1 de agosto de 2013. El giro se notó desde el primer momento en el que el presidente del Gobierno citó al ex tesorero por su nombre, Bárcenas, ya que hasta ahora había sido un auténtico innombrable para Rajoy. Sin embargo, el partido no siguió esa misma estrategia: el día antes, el vicesecretario de organización del PP, Carlos Floriano, solicitaba por escrito a todos sus militantes que apoyaran al día siguiente al presidente a través de las redes sociales, recordando los muchos logros económicos y acciones iniciadas a favor de luchar contra la crisis por parte del Gobierno.
Pocos minutos después la sorpresa fue en aumento: Rajoy pedía perdón. Textualmente, dijo “me equivoqué. Lo lamento, pero así fue. Me equivoqué al mantener la confianza en alguien que ahora sabemos que no la merecía”. Esto marcaba un antes y un después en la estrategia mantenida hasta el momento. Reconocer un error y pedir perdón por ello es una actitud que otros antes en política han practicado con buenos resultados, como Clinton en el caso Lewinsky o el Rey Juan Carlos tras la caza de elefantes en Botsawa. Era un importante salto de calidad hacia delante. En realidad, de los pocos pasos que podía dar tras la publicación por parte del diario El Mundo de los SMS intercambiados entre el actual presidente y su ex tesorero, tal y como habíamos comentado ya con anterioridad aquí.
Podía ser que Rajoy ganara esa batalla dialéctica y de imagen ante la opinión pública, ante la ciudadanía y ante la prensa internacional con el cambio de estrategia. Y sin embargo ¿qué ocurría en Twitter? Esa era otra de las batallas que el equipo de Rajoy quería ganar ese día. Pues fue algo un tanto esperpéntico: mientras Rajoy pedía perdón en el Congreso, la cuenta oficial de Mariano Rajoy guardaba absoluto silencio y las cuentas en Twitter del Partido Popular y afines tuiteaban frenéticamente argumentos en defensa de su dirigente y de su lucha contra la crisis. Ninguno hizo mención a la petición de perdón. La consigna era otra, tal y como mandaba el hashtag elegido #RajoyCumple.
Y este desatino se convirtió en un monólogo absurdo un poco más tarde, cuando la comunidad tuitera en general convirtió la coletilla citada por Rajoy en el hashtag más sonado del día a nivel nacional y global. Fue el triunfo del #findelacita frente al cocinado #RajoyCumple. Fue un auténtico efecto foso de orquesta que acaparó titulares en diarios nacionales y provocó la mofa en informativos internacionales.
Esta situación nos demuestra, una vez más, la poca confianza que a muchos políticos les da la red de los 140 caracteres. Y, sobre todo, el desconocimiento total y absoluto que tienen acerca de su funcionamiento, sus utilidades y la finalidad que deberían perseguir sus acciones, que no es otra que la conversación. Porque en las redes el mensaje no se controla, se influye. Y eso no se logra imponiendo hashtags ni argumentos. En este caso, claramente, no hubo ni conversación ni el más simple diálogo. Tan sólo un monólogo que fue visto por muchos como un auténtico espectáculo. Y por otros como una ocasión perdida. Una pena.
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Es mejor asumirlo: los hashtags políticos que son usados como armas siempre tienen mal resultado. Generalmente, acaban siendo una bomba de relojería que estalla en Twitter alcanzando el Trendic Topic con tuits que provocan numerosas risas y cuantiosos sonrojos en el partido que lo lanzó. Ocurrió así en las pasadas elecciones generales con #SumateAlCambio y #VotaPSOE, igual que más adelante con #YoCreoEnRajoy o #QueLaEnseñeRubalcaba.
Pero no parece que aprendan. Y la historia vuelve a repetirse una y otra vez. En esta ocasión, hablamos de los hashtags elegidos por el PP y el PSOE para centralizar las conversaciones en la comparecencia de Rajoy en el Congreso por el caso Bárcenas el pasado 1 de agosto.
#RajoyCumple fue el elegido y publicitado por el PP como el hashtag o consigna del día para militantes y simpatizantes del PP. La clave, recordar los logros económicos obtenidos por la agenda reformista del Gobierno y recordar el objetivo del actual presidente del Gobierno: sacar al país de la crisis. Fue emitido a primera hora de la mañana de manera vertical y propagado regionalmente y localmente para activar y movilizar a sus huestes.
El PSOE, por su parte, escogió continuar con la estrategia-denuncia de los cobros en B en “sobres” con el juego de palabras #RajoySobra. Pero como Twitter tiene sus propias reglas, no triunfaron ninguno de los dos. Apenas pasados 30 minutos de que el presidente iniciara su intervención en la tribuna, y justo después de pronunciara por tercera vez la aliteración “fin de la cita”, ésta ya era tendencia en el Senado. En menos de un cuarto de hora se emitió un tuit que logró la abrumadora cifra de cerca de 3.000 retuits, bromeando con el #findelacita. Prometía ser algo épico. Y lo fue, tal y como demuestra esta gráfica facilitada por la herramienta de monitorización de Pirendo:
Escoger un hashtag para centralizar la conversación durante la celebración de un próximo evento es una estrategia muy extendida y casi siempre acertada para facilitar que sean tuiteados. Sin embargo, cuando nos encontramos ante un acto político, la etiqueta nunca o rara vez es neutral. Generalmente los responsables de comunicación de los diferentes partidos se empeñan en insertar en los temas tendencia del día su propia visión de la realidad con hashtag que son cualquier cosa menos objetivos o asépticos. Y el resultado es siempre el mismo: la comunidad tuitera devuelve a los partidos con efecto de boomerang el mensaje que les han intentado hacer tragar con todo tipo de bromas, chanzas y tuits emitidos irónicamente dando la vuelta a su mensaje. Porque, como hemos dicho muchas veces en este blog, los hashtags son como armas que carga el diablo.
Por si fuera poco, el desconocimiento del funcionamiento del potente canal de Twitter y su obsesión por ser Trendic Topic les lleva a realizar malas prácticas, spamear e ignorar lo que en realidad está ocurriendo en la comunidad. Así, y a pesar de que #findelacita hubiera sido TT global y hubiera logrado su propio espacio en informativos internacionales y todo tipo de diarios (como aquí, aquí, aquí o aquí) hubo quien presumió de haber ganado el debate en Twitter:
Tuitear un acto político con el objetivo de ser TT es uno de los mayores dislates que se pueden cometer en las redes sociales. En primer lugar porque es un logro efímero, que dura muy pocas horas y que apenas quedará en la memoria del community manager que lo gestionó o del estratega que lo ideó. El resto de la ciudadanía con presencia en Twitter habrá observado con estupor cómo de nuevo en Twitter se ríen de los políticos con cualquier excusa. Y por su puesto, ni se le habrá pasado por la cabeza empezar a ver la realidad como al estratega que ideó el hashtag le gustaría.
Pero si aun desoyendo estos consejos los equipos de comunicación del partido político que sea deciden introducir su coloreada etiqueta, hagan caso al menos del siguiente: introduzcan el término tal cual lo piensen usar en los principales motores de búsqueda. Y por supuesto, en el de Twitter. Si el día antes del debate el PP lo hubiera hecho, se habría encontrado con lo siguiente:
Y tú, ¿también crees que si el PP lo hubiera monitorizado antes habría elegido otro hashtag? 😉
* Este post es parte de la ponencia presentada en el I Congreso Internacional de Open Goverment.
Son pocas, pero alguna hay. Y no todas pasan por la dimisión. Es cierto que es una de ellas y la más reclamada. La publicación por parte de El Mundo de los mensajes de texto entre Bárcenas y Rajoy durante los dos últimos años ha desatado una tormenta política. Y dimisión ha sido de las primeras palabras en sonar. El presidente del Gobierno, que negó tener contacto con el ex tesorero y que “salvo alguna cosa” negó que fueran ciertas las revelaciones de los medios de comunicación acerca de la contabilidad en B del PP, se ha visto comprometido con estas conversaciones vía SMS que acaban de ser aireadas.
Ha vuelto. Y con fuerza. Esperanza Aguirre se ha hecho pública y política de nuevo (en realidad nunca habría dejado de serlo, como ella misma anunció). Y lo ha hecho con una apuesta a grande: un tirón de orejas a Rajoy para llenar de ánimos las desinfladas filas populares, cabizbajas desde el reconocimiento por parte del Gobierno de que la recuperación económica no llegaría hasta el 2016.
Ni corta ni perezosa, como ella siempre ha sido, ha cogido el toro por los cuernos y le ha puesto nombre: basta ya de subir impuestos, basta ya de alargar la agonía, basta ya de no cumplir con el programa con el que vino a presentarse ante los españoles y por el que hoy gobierna con una amplia mayoría, le ha venido a decir. Es hora de recortar los gastos del Estado, de adelgazar su estructura y lograr que “llegue el dinero a empresarios y familias para sacar a España de la crisis”. Ahí lo llevas. Sin tapujos y sin mayor estructura que la necesaria hoy en día para hacerse escuchar: su blog personal.
Ayer, fiesta del trabajo, y hoy, fiesta en la Comunidad de Madrid, han sido los días elegidos por la Aguirre para hacer valer su Esperanza. No es casual. Nada en política lo es. Hoy su sucesor en la Comunidad de Madrid, le impondrá la medalla de oro de la Comunidad, en reconocimiento a sus años de servicio. Y mientras, sus titulares en los diarios y sus cortes en las entrevistas de radio, martillean los oídos del Gobierno de Rajoy que sigue tratando de levantar cabeza, remando entre las aguas turbulentas de la economía, las exigencias de Bruselas, las demandas ciudadanas, las terroríficas cifras del paro y la inevitable soledad de Moncloa que invade a todos sus habitantes.
Esta medida apuesta de Aguirre va sin duda directamente encaminada a hacer valer su talla política. Juraría que responde a su intención de empezar a hacer públicas las verdaderas razones de su precipitada dimisión: las de preparar su esperada entrada en el hipotético escenario de una batalla para recuperar las riendas del PP nacional hacia el ala más liberal del partido. No sería la primera vez. Ya en 2008 apoyó el intento de relevar a Rajoy de la presidencia junto con Mayor Oreja, el mismísimo Aznar y Rodrigo Rato que aterrizaba en España tras una precipitada y sospechosa huida del FMI.
Pero bien sabrá Aguirre que en esa batalla se habría de enfrentar, de nuevo, contra Gallardón, que hace sus deberes ahora asegurando el fundamental apoyo de los votantes católicos que tanto se manifestaron en la etapa ZP a favor de la familia y en contra del aborto. Abandera el ministro de Justicia esta batalla, consciente de la importancia de cumplir sus promesas electorales, y mirando sin duda hacia el futuro, ese con el que tanto tiempo ha soñado.
También sabrá la ex presidenta de Madrid que salidas de tono como la suya no son bien recibidas en el partido en el que milita. Ella, que siempre se ha reconocido como “un verso suelto” dentro del PP y que defiende la libertad desde todos sus puntos de vista, sabrá que no casa bien con los intereses de un partido cerrado en filas con Rajoy hace tiempo, donde sus fieles guardan las puertas del castillo y donde no son bien vistos los debates internos que se hacen públicos. Y habrá medido, seguro, que es muy posible que todo termine con su salida del partido en el que milita. Y que, en ese caso, los votos que cosecha y con los que cuenta en Madrid, sumados a los que pudiera arañar en el resto del país, podrían darle con suerte la representación que hoy ostenta el partido de Rosa Díez. Pero, ¿es eso lo que busca la lideresa? Sólo ella lo sabe. Lo que es seguro, es que lo tiene meditado y medido hasta el milímetro. Nada es casual en política.
Son casos de manual. Y mientras los políticos españoles sigan pensando que el mundo de la comunicación online se rige por las mismas reglas que el offline, seguiremos teniendo muchos más casos como éste.
Rajoy acababa sus “declaraciones” -por llamarlas de alguna manera- dando su palabra y su honor como prueba de su inocencia ante el escandaloso caso del cobro de “sobresueldos” (y nunca mejor dicho) en la cúpula del Partido Popular. Y tras negar la mayor, aparece en Twitter el primer tuit con el hashtag #YoCreoenRajoy (que sirve para unificar conversaciones en esta red). Rápidamente, es coreado por diferentes voces peperas.
Pero como ya sabemos por otras muchas ocasiones que también hemos estudiado ampliamente en otros artículos (como en éste), resulta que los hashtags en Twitter son como las armas: las carga el diablo. Y como me dijo un amigo que le decían en la mili: “las disparan los gilipollas”. Tal cual: una vez disparada el arma, en veinte minutos apareció el tuit que convirtió el hashtag en Trending Topic (con más de 10.000 retuits).
Este lastimoso hashtag ponía además en evidencia incluso el error de sintaxis del léxico escogido para la ocasión. Y es que el significado de “yo creo EN Rajoy” no tiene en realidad nada que ver con el de “yo creo A Rajoy”, como hábilmente afirmaron algunos tuiteros:
Ardió Twitter por los cuatro costados. Pero es que no había por donde cogerlo. Si respondía a una estrategia planificada con antelación, el término escogido resultaba lamentable no sólo por el error de las preposiciones, sino también por la pobreza de su calado: la honradez de la política queda reducida a la credibilidad de sus dirigentes. Y si era algo espontáneo, el canto a la verosimilitud sonaba en exceso a la desesperada.
Y luego está lo de la credibilidad en sí. En buena hora decidió Rajoy pronunciae sus declaraciones a los periodistas por videoconferencia desde una sala contigua, sin comparecer ante ellos y sin admitir preguntas. Ésta fue la imagen difundida por Twitter (@Arma_pollo entre otros):
En otras muchas ocasiones hemos hablado, desde estas mismas líneas -como en este artículo Del PP y su comunicación de crisis– sobre los fallos de comunicación del PP y de su Gobierno. Es éste un momento absolutamente delicado y frágil, en el que la crispación ciudadana por los casos de corrupción y la crisis que azota a las familias ha llegado a puntos insospechados. La tensión lleva días cebándose en las puertas de las sedes del PP desde que El Mundo comenzara a publicar el caso Bárcenas. La comunidad del #15M está deseosa de asentarse de nuevo en las calles o ante las sedes para denunciar la corrupción y provocar que todo salte. Y encima, una vez que el líder del partido más votado y presidente del Gobierno de este país decide ‘dar la cara’, prefiere ‘dar la pantalla’. ¿De verdad era ésto necesario?
No dan una. Los políticos en España están pasando sus horas más bajas, si es que alguna vez las tuvieron altas. Ahora es por el PP. Según publicó El Mundo, una doble contabilidad pagaba a los dirigentes populares un sobre sueldo. ¿Financiación ilegal? Probablemente. ¿Blanqueo de dinero? Igualmente probable.¿Engaño a los ciudadanos? Sin duda. ¿Sinvergonzonería? Mucha.
El hartazgo ciudadano está llegando a límites insospechados. A estas alturas de la crisis, con tantos meses de recortes, eliminaciones de pagas, tantos ERES y supresión de puestos de trabajo, aumentos de horas laborales sin el correspondiente en la paga o incluso con descuento, … Con tantos sufrimientos padecidos por las familias de clase media española -que muchas pasan ya necesidad-, conocer el patrimonio del tesorero de un partido político que ha gobernado 9 años de historia reciente de nuestro país, causa como mínimo desasosiego. Y desconfianza. Y descrédito. Y desapego. Y hasta asco. Si 22 millones de euros fue lo que el tesorero guardó entre sus dedos de lo que repartía, ¿cuánto no pasó por sus manos? ¿Qué cantidades de dinero negro manejan los dirigentes de nuestro país?
Como decía recientemente en su blog Fernando Merchán, esta situación es la “tormenta perfecta” para que suponga el fin del sistema político tal y como lo conocemos. Y no es para menos. Como hemos comentado en este espacio en otras ocasiones (la etiqueta de este blog #15M es una buena muestra) son muchos los cambios políticos que necesita nuestro país en estos momentos.
Es necesaria, entre otras, una Reforma Electoral que aborde la limitación de dos mandatos como máximo para los políticos en un mismo cargo;que regule las condiciones para poder acceder a cargo público como pedía hace unos días Esperanza Aguirre -ahora, desde la barrera, lo dice todo con más claridad-, poniendo fin a los políticos profesionales y dejando la puerta abierta a profesionales que temporalmente se dedican a la política; que sustituya del reparto inverso de votos de la Ley D’Hont por otro más equitativo y justo, aunque no contemple las diferencias territoriales (todos los votos deben valer lo mismo porque todos somos iguales ante la Ley); que introduzca un sistema de listas abiertas, de manera que los partidos dejen de imponer a los electores los candidatos y los rellenos de las listas, que en su mayoría son personas del partido que no conocen otro oficio ni beneficio que el de seguir y adular a sus dirigentes; instauración de un sistema transparente de financiación de partidos en el que al menos sólo una pequeña parte sea pública (para garantizar acceso a los más pequeños) o ninguna: así el tipo de trapicheos del caso Bárcenas (que por desgracia no es el primero que conocemos) no tendrían lugar.
Quizá haya hecho falta que nos desmoralicemos aún más conociendo este caso para que se produzca el pistoletazo de salida de una situación insostenible. Quizá haya hecho falta ésto para que Mariano Rajoy, el Reformador, decida tomar cartas en el asunto y abordar de una vez por todas la reforma que nuestro debilitado sistema democrático necesita. Pero, claro, eso le supondría a él y a los que le sostienen perder gran parte -si no todo- del poder que manejan y que los ha convertido en una partitocracia, en un sistema oligárquico al servicio de los partidos políticos. Les supondrá hacerse el harakiri, como ya hicieron los miembros de las Cortes Españolas de Franco a su muerte, aprobando su disolución y la celebración de las primeras elecciones democráticas en España. Pero es su única salvación: cambiarlo todo para que nada cambie.
¿Será el caso Bárcenas el principio del fin? La respuesta, próximamente, en Rajoy el Reformador.
@elenabarrios